Por: Boaz Fariñas
En una ocasión, Rabí Israel Salanter dejó a su familia y alumnos para ir
a París a motivar a los iehudim a fin de que regresaran al judaísmo de la Torá.
Cierto día entró a un elegante restaurante para reunirse con algunos de
los muchos iehudim que frecuentaban el establecimiento. Rabí Israel se sentó en
una mesa y pidió un vaso de agua.
Cuando se disponía a salir, el mesero le presentó la cuenta por la elevada
suma de cuarenta francos.
— ¿Tanto por un vaso con agua? —preguntó Rabí Israel, sorprendido.
El mesero le respondió:
—Señor, usted está pagando por lo que lo rodea, el ambiente. Paga por los
muebles elegantes, el servicio de mesa, las alfombras, las luces, ¡eso sin
mencionar la vista!
La respuesta resonó en el corazón de Rabí Israel. Se apresuró a regresar
a su cuarto y escribió a sus alumnos:
He estado muy intrigado durante mucho tiempo respecto a por qué recitamos una bendición tan elevada y abarcadora como Shehakol nihiyá biDbaró, “Que todo fue creado por Su palabra”, por un simple vaso de agua.
Pero de las palabras de un mesero en París he aprendido que no sólo damos
gracias a Dios por el vaso de agua, sino que estamos expresando nuestra
gratitud por el espléndido ambiente en el que Dios nos sirve el agua.
Damos gracias por el aire fresco que respiramos mientras tomamos el agua, por el sol que nos da luz y por el árbol que nos da su sombra. Cuando damos gracias a Dios por una cosa, deberíamos aprovechar la oportunidad de agradecerle por todo.
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